Infidelidad


Les he sido infiel. Durante años confié en ellos y no quería ni que mentaran al otro, al extranjero usurpador del cariño de los niños. Si me daban a elegir, mis Reyes Magos eran los preferidos. Papa Noel fue ganando puntos porque ya empezó ofreciendo unas ventajas competitivas importantes; sus regalos llegan como envío urgente el 24 de diciembre mientras que los de sus austeras majestades lo hacen por correo ordinario, y hasta el 6 de enero, ni atisbo de la valiosa mercancía.
Recuerdo esas casi dos semanas, mirando con agonía como los adictos al gordito desfilaban por las calles de la mano de sus padres, asomando una sonrisa de satisfacción en sus caras casi invisibles entre el gorro y la bufanda, mientras bajo el brazo llevaban como trofeo conseguido tras ardua batalla, un muñeco desmelenado o un coche eléctrico un poco abollado.
¿Y el detalle económico? Es distinto dejar un vaso de leche que tres, más la guarnición de galletitas. Mi padre insistía en que los Reyes serían más prolíficos si les dejaba licor, después de tantos miles de litros de leche. Desde entonces creo que se han hecho más profesionales y no beben estando de servicio, aunque lo importante, digo yo, es que vaya sobrio el camello.
Mi infidelidad no consiste en que haya sustituido a los Reyes por Papa Noel; consiste en que este año tal como se plantea el panorama. ¡quiero regalos de todos! Voy a cometer la audacia de hacerles una sugerencia a los padres con niños. Este año, jueguen con ellos. En vez de dejarles los regalos debajo del árbol, pónganles sólo uno y escóndales el resto. Denles pistas para que los encuentren y verán cuanto disfrutan buscando por la casa. En cuanto a los mayores, de momento intentaremos seguir los consejos del Rey de los 365 días; trataremos de 'tirar del carro'.