Cargas Hereditarias


Después de dejar a un lado la evaluación de otros temas transcendentales de la magnitud del sexo de los ángeles, la insoportable levedad del ser, si fue antes el huevo o la gallina, nuestro grado de 'monura', o si el universo se encoge o se expande, mis cavilaciones mentales devinieron en los insultos de herencia.
¿Cómo? ¿No saben a lo que me refiero? Los pongo en antecedentes.
Los insultos de herencia, vienen como su propio nombre indica, de nacimiento, como el collar de la abuela Antonia, la peca en el dedo anular de nuestra madre o la risa del tío Juanjo. Una carga más para el desdichado infante, que no es consciente de su desgracia hasta que lo alcanza el proceso de culturización en el que se resignará a tomar partido obligado.
Esperen, puedo explicarme mejor, no me sean impacientes.
Hay varias clases de insultos. Los simples, que utilizamos de niños y aún de adultos y en los que realmente no es necesaria pericia alguna, y los históricos-culturales, que requieren cierto proceso de aprendizaje y atestiguan el roce del 'insultante o insultador' con algún sistema educativo a lo largo de su vida. Un ejemplo edificante: la noticia que apareció en LA VOZ DE AVILÉS el pasado mes de febrero donde se comentaba el rechazo de los británicos a trabajadores asturianos en Nottingham.
Uno de los medios por los que expresaban su malestar era a través de graffitties, en los que se quejaban de que los españoles les quitan el trabajo en venganza por haber hundido la Armada Invencible.
Pues claro que sí. En qué otra cosa iban a estar pensando desde que se levantan hasta que se acuestan.
El bautismo nos exime del pecado original, pero creo que debería ampliarse a todos los sucesos acaecidos a la humanidad desde la fallida 'operación manzana' de Adán y Eva.