Al comprar una novela, se considera la fama que la precede o el criterio del amigo o el librero. Si no es el caso, cada uno aplica su propio sistema de caza y captura.
Los libros tienen por escaparate la portada y como todo entra por la vista, es lo primero que nos atrae.
Lo segundo es el título; que sea original. Después, ojeada a la sinopsis. Y en mi caso, leer la primera página. Y luego una cualquiera al azar. Si se me ha disparado esa señora llamada curiosidad, no hay más que pensar.
Hay quienes añaden otro paso y leen el final. Quieren estar seguros de que la historia termina bien.
Es como empezar la comida por el postre. La novela perdió toda la gracia. Por mucho que digan, Hilda sigue seduciendo más quitándose el guante poco a poco con su eterna y socorrida caída de ojos.
Pero a lo que no estoy acostumbrada es a elegir según el número de páginas.
Un amigo con tendencia analítica y manía de racionalizarlo todo, observó que ciertos famosos autores se inclinan por escribir novelas cada vez más cortas.
Entonces preguntó por qué en una conocida librería. Y lo asombroso es que existía una respuesta racional. Adaptación al mercado. La lectura tiene que competir con otros medios masivos, con el estrés y con la falta de tiempo.
Nunca se me hubiera ocurrido. Para los amantes de la lectura, el número de páginas es algo tan relativo como la medida del tiempo. Hay libros de 40 páginas que son eternos y hay otros de 450 que se terminan con disgusto.
Con estos nuevos criterios, espero que en el futuro no cunda el ejemplo, del empresario que poseía en su despacho una estantería llena de preciosos libros de marketing de cantos dorados. Resultó ser apariencia: era el mismo libro repetido.
Imagino la escena con el librero: «me gusta este, póngame tres metros y medio por favor».
Los libros tienen por escaparate la portada y como todo entra por la vista, es lo primero que nos atrae.
Lo segundo es el título; que sea original. Después, ojeada a la sinopsis. Y en mi caso, leer la primera página. Y luego una cualquiera al azar. Si se me ha disparado esa señora llamada curiosidad, no hay más que pensar.
Hay quienes añaden otro paso y leen el final. Quieren estar seguros de que la historia termina bien.
Es como empezar la comida por el postre. La novela perdió toda la gracia. Por mucho que digan, Hilda sigue seduciendo más quitándose el guante poco a poco con su eterna y socorrida caída de ojos.
Pero a lo que no estoy acostumbrada es a elegir según el número de páginas.
Un amigo con tendencia analítica y manía de racionalizarlo todo, observó que ciertos famosos autores se inclinan por escribir novelas cada vez más cortas.
Entonces preguntó por qué en una conocida librería. Y lo asombroso es que existía una respuesta racional. Adaptación al mercado. La lectura tiene que competir con otros medios masivos, con el estrés y con la falta de tiempo.
Nunca se me hubiera ocurrido. Para los amantes de la lectura, el número de páginas es algo tan relativo como la medida del tiempo. Hay libros de 40 páginas que son eternos y hay otros de 450 que se terminan con disgusto.
Con estos nuevos criterios, espero que en el futuro no cunda el ejemplo, del empresario que poseía en su despacho una estantería llena de preciosos libros de marketing de cantos dorados. Resultó ser apariencia: era el mismo libro repetido.
Imagino la escena con el librero: «me gusta este, póngame tres metros y medio por favor».