No hace falta que nos lo repitan más, se huele en el aire, se observa en las miradas tensas, en los labios apretados. la crisis avanza.
Y hay revistas que nos proponen dietas. Sí, dietas. Como si con todo lo que se nos echa encima, tuviéramos que hacer algo especial para adelgazar.
Lo que necesitamos es un manual de cómo ahorrar, o más bien -que a veces tendemos a decir las cosas mal y yo pecadora me incluyo-, de cómo gastar menos, que no es lo mismo por más que nos hayan cambiado el concepto las grandes superficies.
La gente actúa. El gasto de teléfono per cápita disminuye.
Lo usamos demasiado y a veces para tonterías; los retales de conversaciones que a veces oigo por la calle, en plena carrera pedestre, son de lo más superfluos: «Cariño, ¿qué estas haciendo?» (pues nada, mujer, que no pueda esperar a contártelo por la noche) «Hola, ¿a qué no sabes dónde estoy? En tal comercio» (vale, bien, que importante) «Pepito ¿te has comido ya el bocadillo?» (si tiene edad para móvil, tiene edad para administrarse él sólo el bocadillo) «¿A qué no sabes a quién acabo de ver?» (¿dan puntos por eso?).
Luego se critica a las quinceañeras, que después de despedirse tras una hora de conversación, se llaman nada más subir a casa para contarse no se sabe que inconfesable secreto demasiado valioso para ser desvelado en vivo y en directo...
Lo que no recomiendo, es lo de aquella pareja que ocupaba fervorosamente el mismo banco en la iglesia. Hasta que se descubrió el porqué de tanta devoción. Era el banco más próximo a un enchufe que utilizaban para recargar el móvil. Se tomaron al pie de la letra eso de «Dios proveerá».
Peor se han tomado el uso del móvil en las iglesias mexicanas de Guanajuato, que han lanzado una campaña muy particular: «Dios te llama, pero no por el móvil».
Y hay revistas que nos proponen dietas. Sí, dietas. Como si con todo lo que se nos echa encima, tuviéramos que hacer algo especial para adelgazar.
Lo que necesitamos es un manual de cómo ahorrar, o más bien -que a veces tendemos a decir las cosas mal y yo pecadora me incluyo-, de cómo gastar menos, que no es lo mismo por más que nos hayan cambiado el concepto las grandes superficies.
La gente actúa. El gasto de teléfono per cápita disminuye.
Lo usamos demasiado y a veces para tonterías; los retales de conversaciones que a veces oigo por la calle, en plena carrera pedestre, son de lo más superfluos: «Cariño, ¿qué estas haciendo?» (pues nada, mujer, que no pueda esperar a contártelo por la noche) «Hola, ¿a qué no sabes dónde estoy? En tal comercio» (vale, bien, que importante) «Pepito ¿te has comido ya el bocadillo?» (si tiene edad para móvil, tiene edad para administrarse él sólo el bocadillo) «¿A qué no sabes a quién acabo de ver?» (¿dan puntos por eso?).
Luego se critica a las quinceañeras, que después de despedirse tras una hora de conversación, se llaman nada más subir a casa para contarse no se sabe que inconfesable secreto demasiado valioso para ser desvelado en vivo y en directo...
Lo que no recomiendo, es lo de aquella pareja que ocupaba fervorosamente el mismo banco en la iglesia. Hasta que se descubrió el porqué de tanta devoción. Era el banco más próximo a un enchufe que utilizaban para recargar el móvil. Se tomaron al pie de la letra eso de «Dios proveerá».
Peor se han tomado el uso del móvil en las iglesias mexicanas de Guanajuato, que han lanzado una campaña muy particular: «Dios te llama, pero no por el móvil».