El último fin de semana paseé mi cotilleante humanidad por las jornadas del cómic y admiré en la sala de la Casa Municipal de Cultura, ilustraciones del Capitán Alatriste; las pinturas al óleo de las portadas y los dibujos de tinta china de las viñetas.
En esta muestra de su obra, Joan Mundet exponía las aventuras del conocido personaje de Pérez-Reverte, intercaladas con escenas de su vida al servicio de la Corona; Alatriste antes de tal batalla, a bordo del barco x, en tierras lejanas. Desfilando junto a él, amigos y compañeros de armas. E incluso en una de las ilustraciones mostraba al todavía imberbe niño Alatriste por caminos típicos del paisaje español en compañía de un 'apañero' de correrías.
Libro a libro, viñeta a viñeta y película incluida, Alatriste ha traspasado las letras y el papel para convertirse en algo más que un personaje; casi posee una identidad y un pasado más completo y estructurado que una persona de carne y hueso.
Imagino a Pérez-Reverte creando los primeros esbozos de su personaje; viéndolo crecer con vida propia. Independizándose como si de un hijo se tratase para terminar ya dialogando de tú a tú con su hacedor en cada nueva aventura. Discutiendo desconforme por algún párrafo. Porque Alatriste tiene carácter y no posee ¿la gracia o la desgracia? de tragar lo que no le gusta. Es un rasgo genético, sin duda.
Autores y personajes no siempre se llevan bien. Algunos clamaron por el divorcio, y al no conseguirlo se vieron abocados al asesinato. Conan Doyle, arrojó a Holmes catarata abajo. Muy a su pesar, se vio obligado a resucitarlo.
Más malvada fue Agatha Christie con el meticuloso Poirot. Antes de rematarlo lo humilló haciéndole perder su singular seña de identidad, aquello de lo que se sentía más orgulloso: su magnífico bigote.