La vida, ese camino finito de infinitas direcciones que vamos recorriendo con una maleta cada vez más llena de experiencias, nos enseña que la imaginación se alimenta esencialmente de la necesidad. Así nació el patchwork, que significa trabajo de remiendo o de retales, aprovechando al máximo de la forma más artística trozos de tela diversos lo mejor combinados posible. Subrayo remendar: algo que nuestras abuelas hacían muy requetebién y que se ha ido olvidando con el paso del tiempo. Antes se remendaba todo: los pantalones heredados de los hermanos, los jerseys, los abrigos crecederos… y más difícil todavía; las zapatillas y las medias, con la ayuda de un huevo de madera que aún se vende en alguna mercería. Mi abuela tenía una pericia enorme para remendar y siempre admiré esos cuadraditos hechos de hilo que constituían un entramado perfecto adherido a la tela. La modernidad llegó por medio de muñequitos y figuras que venían ya de fábrica; comprar y coser encima de “los tomates”. Ahora incluso se pegan con la plancha. Dentro de poco los untaremos con saliva, como los sellos, y los pegaremos con desparpajo.El nivel de vida mejoró tanto que hasta se nota hasta en el aprendizaje. Si mi abuela sabía remendar y zurcir, a mi madre le tocó ya el periodo de hacer vainicas y mantelitos, y a mí ganchillo y punto de cruz. A mi hermana pequeña y a sus compañeros masculinos, en un acto de igualdad, coser botones y poco más. Y es que la ropa viene ahora de un solo uso, una temporada y listos, a por más a la tienda. Sin embargo, miren lo que se puede hacer con unos vaqueros viejos: peluches, adornos de navidad, bolsos, cinturones e incluso, forrar butacas, como han hecho entre otras muchas cosas, en un nuevo taller de reciclaje promovido por la fundación social Emaús de Avilés.