De entre los árboles se oye un uhh-uhh constante gran parte del día. Durante semanas estuve dándole vueltas imaginando a qué clase de ser plumífero y poseedor de pico correspondían tales sonidos. En mi más absoluta ignorancia, inventé una nueva especie de búho diurno. Pero no; se trata de un cuco, uno de esos que salen lanzados de los famosos relojes austriacos cada hora. Constaté que los reales, a diferencia de sus hermanos de madera, no dicen cu-cú; amabilidad que hubiera agradecido mucho con objeto de facilitarme la tarea de reconocerlos desde un principio.
Presumamos de cucos en Avilés. De ese avispado animalín que utiliza padres de alquiler forzoso y encima de forma gratuita. Retira los huevos ajenos de los nidos para sustituirlos por los suyos con el objeto de que se los cuiden, desde empollar hasta alimentar la cría resultante, que evidentemente no se parecerá ni a su padre ni a su madre de adopción. Pero estos, a diferencia de los humanos, no suelen dedicarse a cuestionar la madre naturaleza y no mirarán al 'pollo' con perspicacia. Ha salido de un huevo de su nido y punto.
Así que esa indolente gaviota que me mira orgullosa desde la chimenea del tejado, puede que tenga ahora mismo entre las patas un futuro cuco.
Me gustan los cucos. Y que conste que me refiero a los que tienen plumas.
Esta semana también ha llamado mi atención otro gran logro de la naturaleza: los mejillones que pueblan de nuevo la ría. El adjetivo de comestibles desconozco si se les puede aplicar; por lo menos parece que gozan de buena salud: cada vez hay más. Contrario a los de una comarca vizcaína que se les han vuelto hermafroditas por los compuestos químicos del agua.
De momento, creo que nadie ha observado ningún cambio en las orientaciones sexuales de nuestros mejillones.