Escondido en la Tierra

En diversos puntos de la región siguen las excavaciones que llevan a los arqueólogos a descifrar nuestro pasado. Así en Argandenes lo estudian sacando a la luz todo lo que las tumbas esconden. En el futuro, si consiguen fondos, depositan sus esperanzas en continuar con lo que creen que era una necrópolis romana.
La muerte, o más bien los restos que deja, han permitido que conozcamos mejor las grandes civilizaciones de la antigüedad y ha sido una de las formas en las que el arte más se manifiesta. Todo es resultado quizás, de una lucha silenciosa contra el olvido, que empieza a dejar rastro unos cinco mil años antes de Cristo con los enormes megalitos. Desde el más ilustre al más humilde, para el ser humano siempre ha sido importante señalar el lugar donde descansan sus restos para que los vivos lo sepan y recuerden.
Por eso uno de los mayores castigos en el cristianismo era negar el campo santo a los suicidas.
En casi todos los enterramientos de las antiguas culturas, sobre todo en los de personas de elevado rango, suelen darse las mismas características: ofrendas, a veces comida, algún animal, utensilios y cerámica.
Junto al cuerpo se incluían sus armas; cuchillos, arcos o espadas. Parece que muchos consideraban que la vida más allá era una especie de continuación de esta, con sus líos mundanos. En algunos casos se dejaban abalorios o monedas: los griegos con la creencia de que el difunto los necesitaría para pagar a Caronte y llevarlos al otro lado con su barca. Los egipcios también enterraban a sus reyes con un barco solar que llevaría su alma, y los vikingos y anglosajones los usaban como receptáculo del cuerpo.
La cremación, que nos parece tan moderna, se practicaba desde el Neolítico en la zona del litoral mediterráneo. Era común en los íberos y los celtas y había las mismas modalidades de hoy en día: guardar las cenizas en un tarro de cerámica que a veces enterraban o dejarlas esparcirse con el viento. Se abandonó en Europa en el siglo V d. C por la presión del cristianismo.
8/1/2011 Publicado en LA VOZ DE AVILÉS María José Rosete Fernández