A veces me pregunto ¿no nos estaremos pasando un poco con eso de hacer celebraciones 'a lo grande'? Me refiero a los bautizos, comuniones, bodas y entierros. Comprendo que se celebren los puntos álgidos del devenir humano, pero a fin de cuentas lo que importa es el resultado final, y no es cuestión de gastarse todo lo que tenemos y más para demostrar lo felices que somos o lo tristes que nos sentimos. Lo más paradójico es que casarse es el evento en el que más dinero se gasta y por otra parte es el que menos probabilidades tiene de éxito, porque la tasa de divorcios y separaciones ha aumentado estos últimos años.
No sólo hay que esperar que el cura nos haga 'un hueco', también a que lo haga el restaurante. Y a qué precios. Dan ganas de decirles a los invitados que se guarden el regalo y se traigan ellos mismos el bocadillo. Hasta los organismos oficiales hacen ofertas y el año pasado un ayuntamiento de Alicante, anunció una reducción del 75 % a los ciudadanos que utilizasen sus servicios de lunes a viernes de mañanas.
Los entierros están siguiendo el mismo rumbo que las bodas, y como afirmó el gerente de Funerarias del Principado de Asturias en este periódico, un servicio estándar ronda los 3.000 euros. Cada vez parece absorbernos más esa ansiedad de los americanos por las bodas fastuosas y los velatorios de alcurnia. Que no somos los faraones de Egipto.
Uno de los servicios que está en auge es maquillar al difunto. A lo mejor soy un bicho extraño, pero cuando voy a un entierro, lo que menos me interesa es ver la cara de quien la diñó, y mucho menos si lo conocía; prefiero quedarme con su recuerdo de cuando estaba vivo. Quizás tendría su razón de ser si fuéramos a tomar parte del Museo de la Muerte de Palermo, con la cantidad de visitantes que tiene.
5/11/2009 Publicado en LA VOZ DE AVILÉS. María José Rosete