Es el título exacto del último libro de Gervasio Posadas. Desventuras de un ejecutivo en ciernes de por vida. Guarda en almidón y conservada en lavanda, con el mismo esmero que una abuela desdentada atesora su traje de boda, una humillación que transmutó su futuro en lodo. Pero no del de los baños, que por lo menos mejora la piel. No. Barro del que deja huella en el currículo. Por casualidad descubre al culpable de su sino y traga quina de la que intenta deshacerse programando venganzas página a página, mientras sus planes fracasan sucesivamente ahogados entre el aguinaldo de los filetes de cerdo de su jefe, los insultos de su artística madre y los consejos de un poster de Los Ángeles de Charlie.
Una de mis venganzas preferidas es la del Conde de Montecristo. El agraviado Edmundo Dantés teje con hilo fino, sacando a la luz los pecados de sus verdugos. Hasta el flautista de Hammelin se venga a golpe de flauta mágica. Y se lleva los niños felices y contentos a una cueva.
Quiero una flauta de esas. Y los papás, y los profes de instituto, y las niñeras, y los abuelos, y la tía Juani. La busqué en Hammelin.
Quizás no la encontré porque era un viaje programado de esos de «tienen ustedes 3 horas, a las 17:30 arranca el autobús». La guía y el autobusero juegan a imaginar -para no tener cargos de conciencia-, que los que no están a la hora les gusta tanto el lugar que se quedan a vivir.
En la versión del grupo de teatro La Cajita de Música, que actuó en el Auditorio de Avilés, cambiaron las motivaciones del flautista; la compensación monetaria, por el amor de la hija del alcalde. A ustedes les venderán que el amor lo puede todo y que a los niños hay que enseñarles valores.
La verdad: con la crisis, no había dinero ni de mentira para el flautista.
04/07/2009 Publicado en LA VOZ DE AVILÉS, María José Rosete