Bajo nuestros pies, debajo de la suela de nuestros zapatos y del cemento de las calles, pueden existir tesoros interesantes depositados por el tiempo. Lo más normal en Asturias, es encontrar la calzada romana, que está tan bien hecha como los acueductos. Incluso algunos de los que existen repartidos por la península se utilizan todavía.
Siendo muy imaginativos, podríamos suponer que si excavásemos, a lo mejor encontraríamos alguno de los dinosaurios -conservado en versión huesos- que dejó sus huellas a lo largo de las costas asturianas. Lo malo es que el clima lo hace difícil.
De momento parece que debajo de la capilla de San Lorenzo en Llaranes podrían estar los restos de un templo prerrománico. También en un lateral de la iglesia vieja de Sabugo se buscan vestigios prerrománicos.
No sé si como oda a la perseverancia o más bien por aprovechar los restos de las anteriores construcciones, es común que las iglesias a lo largo de los siglos se construyan y reconstruyan encima de otras anteriores; siempre en los mismos lugares.
Parece más razonable en el caso de los castillos, porque ocupaban puntos estratégicos desde los cuáles podían defenderse mejor y resistirse a ser conquistados.
Así como a lo largo de la historia las religiones se han excluido y luchado unas contra otras denominando herejes a la parte contraria e intentando desvanecer cualquier idea distinta a las propias, en el caso de los templos, nos encontramos con un extraordinario reciclaje de piedras y columnas. No ha importado construir una iglesia encima de una mezquita o al revés.
Uno de los ejemplos que más llama la atención es el de Jerusalén. Se dice que en ninguna ciudad se ha rezado de tantas formas distintas, pues es lugar sagrado para judíos, cristianos y musulmanes. Pero tampoco en una ciudad se ha luchado tanto. Tantas veces ha sido devastada y tantas veces conquistada por unos y por otros, que un metro cuadrado de tierra hacia abajo guarda toda clase de historias mundanas contadas en otras tantas lenguas.
21/8/2010 Publicado en LA VOZ DE AVILÉS María José Rosete Fernández