Cuando mi hermana regresó del comercio y dijo que le habían preguntado si los huevos eran para tortilla o para cocinar, le dediqué una mirada de «qué me estas contando, niña». Luego, una amiga se encontró con el anuncio en una carnicería en el que ofrecían huevos de gallina cautiva sin gallo. Debe ser que la catadura moral de la gallina influye en los huevos, y en consecuencia, en la calidad del bizcocho. Porque la galladura, se quita y listo. Y si alguien tiene otra teoría, ruego la comparta.
Intuí entonces que necesitaba un Máster en Huevología Aplicada. Había llegado la hora de reciclar conocimientos y los apaños básicos de supervivencia de «coja usted los yogures de atrás, que caducan más tarde», eran ya demasiado arcaicos.
Así que prepárense: voy a instruirles en el arte de leer un huevo. Manual de apoyo: la página web de la Unión de Consumidores de Asturias. Caso práctico. Vaya usted a la nevera y provéase de un huevo de gallina. Observará un número con varios dígitos estampados. Primer número, 0: producción ecológica. 1: gallina campera o gusanera. 2: gallina criada en el suelo 3: gallina cumpliendo pena carcelaria.
A continuación el país de origen, ES, España. Si alguno en este punto descubre otras letras (IT: Italia, FR: Francia...) habrá caído en la cuenta de que tiene en sus manos un huevo viajero con experiencia kilométrica insertada en la cáscara. Después, un código postal. El resto de dígitos indican al productor y fecha de consumo preferente.
Me encuentro ahora mismo entre las manos con un huevo de gallina española presa de Guadalajara (no se asusten, de nuestra Guadalajara, que sino tendría un pollo, no un huevo). ¿Qué les ha salido a ustedes?
Publicado en LA VOZ DE AVILÉS Mª José Rosete