A finales del mes pasado se celebró en Gijón el I Concurso Canino Villa de Gijón. El ganador - un can de la raza shitzu que presumía de cardado y de las melenas propias de su raza -, repetía podio después de ser declarado por dos veces campeón de España. Como las mises, el que es bello, es bello; está claro y no hay nada más que hablar. Este tipo de concursos no valoran precisamente la simpatía y entre otros criterios exigen que el animal tenga pedigrí; no les vale cualquier chucho del montón. Hay premios por cachorro de cría, adulto, etc. valorando sobre todo y precisamente, el parecido de los animales a su estándar de raza.
Hoy en día, algunas razas de perros peligran a causa del pedigrí. Por conseguir animales más bellos, algunos criadores -desde luego no todos - aparean un número restringido de ejemplares relacionados entre sí por parentesco, con la obsesión de mezclar siempre los mismos genes para mantener la pureza. Al final los perros acaban desarrollando una serie de enfermedades gracias a la intervención del hombre que de otra forma no tendrían.
La versión humana más conocida de lo que puede pasar, nos la demostraron los faraones de Egipto. No en vano se llamaba a Ramses II el rey guerrero, apodo conseguido por sus numerosas batallas y por tener mala uva; y es que el hombre estaba hecho polvo de todas las enfermedades heredadas de sus ancestros, empeñados en mezclar sangre de hermanos, primos y sobrinos. Él mismo se casó con dos de sus hijas.
Pero volviendo al tema original, los perros sin pedigrí no se quedan sin lucirse: en Madrid al menos, una asociación celebra el concurso de Perros sin raza. Algunas de las categorías por las que se compite son: el más orejudo, el viejito más marchoso (ni idea de los criterios que utilizan para determinar la "marcha" del viejito), mestizo más original, el más habilidoso, el más peludo e incluso el más chucho.
Creo que si hay algo que destacar acerca de los perros, es su extraordinaria fidelidad y el enorme cariño que ofrecen a sus amos.
6/11/2010 Publicado en LA VOZ DE AVILÉS María José Rosete Fernández