En Gijón se han puesto a subasta a través de web 10 hórreos y paneras. Sorprende que algo tan típico se venda a través de un medio tan moderno como internet. Como requisito, pedían acreditar la propiedad de un terreno para poder ubicarlo de nuevo; y es que los hórreos, tan asociados a nuestro paisaje, terminarán teniendo más vidas que los gatos. Alguno me ha tocado ver completamente restaurado, precioso por fuera con sus panoyas barnizadas de adorno colgadas por las paredes de madera y convertido en vivienda por dentro. Eso sí que es darles una segunda vida aunando el pasado con el presente por medio del cambio funcional.
Desde aquí lanzo también esa idea, porque considero que sería interesante a nivel turístico, relanzarlos como 'apartamentos' rurales. Para todos aquellos que les guste algo especial, pasar un fin de semana en un hórreo asturiano puede ser interesante.
Además los hórreos no son algo extraño para el norte de España y tampoco para muchas zonas de Europa, en las que se existieron en tiempos pasados muchas construcciones parecidas con el mismo fin, conservar el grano y los alimentos; sólo que hoy en día en Asturias y en Galicia es donde se conservan más.
Parece ser que armarlo y desarmarlo, (otra cosa es el transporte), no es muy difícil, porque al menos los más primitivos no empleaban clavos metálicos en su construcción. Y al estar alzados sobre el terreno por medio de sus patas, no entran en contacto con la humedad de la tierra, ni con los ratones. que es en realidad el fin principal por el que comenzaron a construirse.
Desde luego transportar un hórreo debe ser más fácil que transportar castillos. En la era de los primeros multimillonarios americanos, cuando aquello de «en América todo es posible», William Randolph Hearst, al que se le atribuye la invención de la prensa amarilla y quién sirvió de inspiración para Ciudadano Kane, compró el Monasterio Cisterciense de Santa María en Segovia y se lo llevó desmontado en piezas a New York. Nuestros hórreos viajaran menos.
15/5/2010 Publicado en LA VOZ DE AVILÉS por María José Rosete Fernández.